sábado, 18 de abril de 2015

Pi La

Cuentan, que lo único que puede detener a ese niño, son las contemplaciones. Para él, un cordón desatado no es signo de imprudencia, ni siquiera un dejo de formalismo. Una imprudencia, es algo que lastime. A veces, si ese menester implicara un cambio rotundo en las vagas ramas que pisa, mientras condensa el tiempo con la mirada (que no es más que un ensueño) dejaría sus ánimos guardados. De esta vasta experiencia, deja en placer de otros ese goce, porque no se convive así. Derribando cada charco que se le cruza, no distingue sapiencia de calma y no dirige sus proyecciones a ambiciones construidas. Es entonces cuando devela entre ramas cercanas, un destello. El baile solemne de las mariposas angustiadas. Juegan con sus dedos sobre una baranda que apacigua el parque, lo tapa, le da regocijo a los malaventurados. No se explica por qué habría de adentrarse en el limbo de los pensamientos y especulaciones. Es decir, las almas en pena mesurada por la falta de protagonismo, indulta una suerte de posicionamiento, el cual hace que el deseo se rebañe, se decolore de tanto expresarse. "Que chinita más linda", pensaba. Imploraba con cierta pasividad, cambiar el rumbo de los gestos de ella, por lo menos, para detectar algo intrínseco.

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