martes, 7 de marzo de 2017

Avión

Tengo la incomodidad de sentir que el piso que toco, no es la tierra firme que me acostumbra la mañana cuando recién levantado despliego mis pies sobre la calma de mi habitación. Esa falta de existencia que sufro, mas bien es la sensación que me aliena de la sobriedad con la que actúa lo terrenal sobre el pie. Entonces palpo y convierto todo esto en una relación de dependencia e inseguridad al artefacto que me traslada (éste maldito avión). Porque si nuestro impulso fuese fuerza suficiente como para nadar en el aire y contenernos premeditadamente, toda inclemencia se volvería un desafío asumido. No un susto. ¿De dónde me agarro? ¿Qué materia puede brindarme confianza? Ninguna. Produzco en el desespero una reciprocidad de energías humanas que las fuerzo a unir. Estas se  mezclan entre mi impulso y el "otro" buscado, y se asumen desde la empatía como medio unificador de un deseo como mínimo esperanzador u optimista. Es decir, busco una palabra mayor. Un dogma que establezca una revolución en mi supuesto para añorar una paciencia. Para sentirla y disfrutarla el tiempo que se pueda. Que por lo general es poco. Porque... sigo en este avión.

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