El engaño que nos jugaste, acostumbrándonos a tu inconmensurable fuerza de gigantes bíblicos: ganándole al venéreo carma que se alojaba en tu pecho, salvando de mil guerras al amor de tus caminos, y luchando de forma incansable contra los avisos que mandaba el diablo puto.
El recuerdo del viejito que se quedo sin tu mirar de risas, del hijito que reclama el brillo de tus fuegos, del nieto que te declara inolvidable, del vecino que espera aún, tu palma abierta, de las enteradas del amor, que buscan a su docente mas sabia, de los villeros que perdieron su beso de nona de barrio, no se apagará de forma alguna en el pasar de los días torpes.
Parafraseando viejos escritos, "el abrazo que pude darte hoy" será mi secreto mas bien guardado, para algún día, en algún rincón de nuestro encuentro, entregartelo con las fuerzas que no tengo.
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